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Caracas, domingo 30 de mayo, 1999

Renace el Eje Fluvial Apure-Orinoco
El país se muda para el sur

Roberto Giusti
El Universal

EL AGUA DE CARACAS y el centro del país sólo puede ser suplida por el Orinoco y cuesta 400 mil barriles diarios de petróleo. La salida es otro patrón de ocupación territorial

 

Orinoco

El Orinoco es un río casi prístino y uno de los menos contaminados en el mundo

 

Caracas.- Los sueños no son patrimonio exclusivo de esta época de fin de siglo. Es más, algunos de ellos, sacados a la vitrina de las utopías por venir, ya habían abrigado en la almohada de adelantados como el ingeniero Enrique Colmenares Finol. Ministro del Ambiente en una época tan lejana como los años ochenta, Colmenares trató de motorizar lo que, en definitiva, constituía la creación de un nuevo país a partir de un proyecto que se denominó el Eje Fluvial Apure-Orinoco.

Se trataba, en principio, de reactivar esa gran autopista fluvial que discurre desde Guasdualito hasta el Delta del Orinoco, a través del Apure y del Orinoco. Un camino de agua hecho por la naturaleza y utilizado por el hombre que, debido al auge petrolero y el boom de las carreteras venezolanas, cayó en desuso y fue abandonado definitivamente en la primera mitad del siglo.

En 1986 este periodista formó parte de la expedición que, partiendo desde un primitivo embarcadero en el río Apure, cerca de Gusdualito, recorrió 1.500 kilómetros hasta el muelle de Venalum, en Puerto Ordaz, donde una potente succionadora sorbió el carbón salido de las minas de Lobatera, en las montañas tachirenses, para alimentar los hornos de la zona del hierro.

La certeza del sueño quedaba demostrada. Lo mismo la factibilidad de una ruta cerrada por décadas. Desde los tiempos en que los hermanos Barbarito sacaban plumas de garza a Europa desde San Fernando, y traían, entre otras variedades, compañías de ópera y pianolas, vislumbres insólitos de un mundo tan lejano.

Ya no sería necesario _se pensó_ que un camión fuera de Puerto Ordaz a Caracas y de allí a San Cristóbal para llevar hierro a Colombia. Ahí estaba el Eje, entre cuyo punto de partida y el de llegada se extendía un país vasto y pleno de riquezas, una salida ancha frente a las taras del centralismo y ante un modo de organizarse y ocupar el territorio que ya, para ese momento, mostraba signos de colapso.

No pasó nada. El Eje Fluvial se fue quedando en el olvido, hasta que el candidato Chávez lo rescató de una gaveta, el ministro Giordani lo mencionó como panacea y Alexander Luzardo, presidente de la Comisión del Ambiente del Senado, lo sacó a tomar el aire con una sesión de trabajo donde Colmenares Finol, venido de su retiro tachirense, lo puso al día con cifras y proyecciones que hablan ya no de la necesidad, sino de la urgencia de hacer del sueño realidad.

El país vacío

Desde los años ochenta nos hemos ocupado de estudiar la ocupación territorial. Hemos seguido su evolución y hoy en día encontramos que 40% de la población, cerca de diez millones de habitantes, vive en apenas 2% del territorio nacional. En el eje Valencia, Maracay, Los Teques, Caracas, Guarenas, que es apenas el 1,8% del territorio venezolano, se concentra casi la mitad de la población del país.

Si a eso le agregamos Barquisimeto, Maracaibo, Los Andes y Ciudad Guayana, concluimos que en 10% del territorio vive 95% de la población. El resto es un país vacío.

Los planificadores urbanos hablan de economías de aglomeración: resulta más barato instalar a los ciudadanos en un área densamente poblada, que dispersarlos a lo largo del territorio. Esto permite mayores facilidades y más bajos costos de los servicios. Pero el problema empieza cuando descubrimos, como en nuestro caso, que no hay recursos para sostener esa población.

Para darle agua a Caracas, Valencia o Maracay, hay que traerla de la cuenca del Orinoco, porque los recursos hidráulicos se agotaron a medida que crecía la población. Pero cuando se trata de ciudades como Caracas o Los Teques, ubicadas por encima de los 900 metros sobre el nivel del mar, hay que bombear el agua.

Los costos de energía para hacer subir esa agua resultan inmensos. La necesidad de tener encendidos esos motores 24 horas al día, los 365 días al año, cuesta cientos de miles de barriles de petróleo.

Los caraqueños, los tequeños, los valencianos y maracayeros, no aprecian lo que cuesta una gota de agua en su casa, muchísimo más, por cierto, de lo que ellos pagan por el servicio. Todos los venezolanos estamos subsidiando a la gente del centro en lo que a agua se refiere. Y en la medida en que se aglomeren más habitantes en la región centronorte costera, ya no buscaremos el agua en la represa de Camatagua o en la de Taguaza. Tendremos que traerla del propio Orinoco. Ese es el próximo paso y representa un consumo de 400 mil barriles diarios. Tendremos así una sociedad subsidiada por el resto del país. Yo recuerdo que siendo ministro del Ambiente no permití que se instalara ninguna industria consumidora de agua en el lago de Valencia, porque eso representaba costos inaceptables y dejaba el problema del agua contaminada. Desembocamos, entonces, en una primera conclusión: es necesario cambiar el patrón de ocupación territorial.

El generoso río padre

La respuesta está en orientar la ocupación territorial hacia donde se encuentran los recursos. Llevar la población hasta allí, instalarla en un escenario territorial favorable, donde los servicios estén a la mano, sean económicos y haya fuentes de empleo. En la cuenca del Orinoco existe una abismal potencialidad de recursos que no está aprovechando nadie.

El Orinoco no es, como decían hasta hace poco los libros de texto, el noveno río del mundo. Es el tercero en caudal, que es como se mide el potencial de un río y el único en el mundo que discurre en un solo país. Ese es un privilegio.

El Orinoco es un río casi prístino, uno de los menos contaminados del mundo. Eso da tiempo para un modelo de desarrollo sustentable y sostenible en el cual las generaciones futuras no tendrán que pagar por el uso irracional del río. El Orinoco, además, tiene un brazo, el Casiquiare, que nos permite integrarnos a la inmensa cuenca del Amazonas.

Las reservas de petróleo van más allá de la faja y allí están los yacimiento del Alto Apure y la cuenca de Barinas. El potencial forestal es tremendo, Venezuela es el país abanderado del mundo en bosques tropicales plantados gracias a los pinos de Uverito, y los grandes espacios entre el Capanaparo y el Meta resultan propicios para el desarrollo forestal.

Las perspectivas mineras, el aluminio, el hierro y el oro de Guayana son harto conocidas, aunque en este momento más vale un litro de agua que un kilo de oro. Luego están los yacimientos de carbón y de fosfatos en el piedemonte andino y en la cuenca del Apure, calculados en mil millones de toneladas, cuya utilidad cobra mayor importancia ante los requerimientos de los suelos tropicales venezolanos, pobres en fósforo.

Otro elemento de desarrollo factible es la construcción, en el propio cauce, de represas que aprovechen los rápidos del Orinoco. Es posible tener unca capacidad instalada de generación hidroeléctrica del doble de la producida por el Guri.

Estos, no obstante, son proyectos muy delicados desde el punto de vista ecológico, porque la cuenca del Orinoco es muy frágil y romper uno de esos balances significa el cercenamiento de las posibilidades de desarrollo. La región debe crecer en función de sus potencialidades, pero teniendo en cuenta sus rendiciones ecológicas.

Finalmente en aguas del Apure y del Orinoco hay un potencial de 50 mil toneladas de proteínas anuales en riqueza pesquera. Y todo eso sin hablar del aprovechamiento del turismo, con el sistema geológico más antiguo del mundo y el turismo de aventura en los llanos y los Andes.

Los caminos de agua

El Orinoco tiene una trayectoria que curiosamente se opone al esquema centralista. Si el Orinoco siguiera hacia el norte, habría reforzado el centralismo. Pero viró hacia el Atlántico y nos abrió una puerta hacia el mundo para convertirse en eje central del desarrollo venezolano. Como si eso fuera poco, se proyecta hacia el sur, hacia la cuenca amazónica. Venezuela, desde el punto de vista de su localización estratégica, es la tapa del frasco. Limitados por la existencia de tres cordilleras que dificultan la salida al mar de todo el potencial productivo del nororiente de su país, los colombianos tienen una sola salida, que es la atlántica venezolana. El desarrollo de estas regiones sólo será posible cuando se concrete el Eje Fluvial y proyectemos una comunicación con el Amazonas.

Venezuela necesita una nueva capital

El nuevo embajador venezolano en la India, Walter Márquez, siempre crítico mordaz del Eje Fluvial, sostiene ahora la necesidad de sacar la capital del centro del país y ubicarla en la cuenca del Orinoco. Márquez insiste también en su planteamiento de crear dos nuevos territorios federales.

'Guzmán Blanco tuvo la idea de crear una serie de territorios federales: el Territorio Federal de la Guajira, punto de contención frente a la expansión colombiana, el Territorio Federal Colón en el archipiélago de Los Monjes, el del Alto Caroní, el del Delta y el Territorio Federal Armisticio, en lo que es ahora el Municipio Páez del Estado Apure.

Yo propongo seguir el ejemplo de la Constituyente colombiana, que elevó a una categoría política administrativa superior espacios geográficos de gran importancia. Eso ocurrió con el actual Departamento del Arauca, que antes solamente era una intendencia y que ahora tiene esa ventaja frente a Guasdualito, apenas la capital de un municipio. Por eso sugiero la creación del Territorio Federal de la Gran Sabana y del Territorio Federal del Alto Apure.

También propongo trasladar la capital de la República al Orinoco, como única manera de desarrollar un equilibrio geopolítico, porque mientras la capital esté en el centro, no lograremos ese equilibrio. Debemos seguir el ejemplo de Brasil y de la India, que crearon Brasilia y Nueva Delhi, esta última nacida al amparo de una antigua urbe.

Creo que a partir de un asentamiento ya existente en la cuenca del Orinoco se debe dar el primer paso en la creación de la nueva capital venezolana.

Conflictos ocupacionales a la vista

El establecimiento de una nueva división político administrativa en la nueva constitución es un tema que suena para la Constituyente.

El presidente Chávez se ha referido a la posibilidad de fundir en un solo estado Zamora, a Barinas y Apure. Igualmente se ha propuesto el Estado Coquivacoa, en la Costa Oriental del Lago, el Estado Panamericano y el Estado del Alto Apure, con Guasdualito como capital. El ex presidente Caldera habló del gran Estado Caracas o, en todo caso, del anexionamiento al Estado Miranda de la capital, la cual, a juicio de muchos, debería ser administrada como un solo gran Distrito Metropolitano.

Son muchas las propuestas, pero ninguna de ellas debe realizarse sin previa consulta popular. La eliminación o cercenamiento del Estado Zulia, por ejemplo, se convertiría en una temeridad si no se consulta primero la opinión de la población. Decisiones unilaterales del poder central podrían desatar conflictos ocupacionales entre estados.

La experiencia de la ex Unión Soviética y de los Balcanes nos demuestra los desastrosos resultados de una ocupación territorial compulsiva, que superpuso el mapa político al étnico, que trasladó pueblos de un territorio a otro y convirtió comunidades campesinas en mano de obra industrial. Algo similar a lo que hizo Pol Pot en Camboya. Los criterios de ocupación territorial, expresados en la nueva constitución, tienen que ser expresión de una determinada dinámica geoespacial y sociocultural. En Venezuela han surgido, en los últimos años, dos concepciones sobre la ocupación territorial: una, la desarrollada desde Cordiplan, hija del sovietismo económico, dominada por los planes quinquenales; la otra, como resultado del la creación del Ministerio del Ambiente y fundada en una visión estratégica del Estado y de la sociedad, que toma como punto de partida la seguridad del hombre, aun incluso por encima de la seguridad de Estado. De allí surge la idea del Proyecto Apure-Orinoco.

No me gusta la palabra refundación porque no se refundan los pueblos, ni la identidad cultural, ni mucho menos la sociedad, a través de un acto mágico. La juridicidad no trasciende la cosmovisión de los pueblos. Los españoles impusieron un nuevo criterio de ocupación territorial sobre una dinámica de relación con la naturaleza que tenía 20 mil años de antigüedad. Hoy el mundo está de vuelta, a la búsqueda de sus raíces a través de la antropología ecológica.

La cosmovisión de los pueblos termina imponiéndose y por eso en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, después de 73 años, resurgieron las fuerzas telúricas: el idioma, la cultura, la religión, el sentido de pertenencia.

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